Durante la pandemia cursé una maestría en La Ibero. Tomaron control remoto de mis dispositivos y comenzaron a acosarme. Tuvieron acceso a un video íntimo mío y a fotos y documentos privados. Me empezaron a flashear imágenes desagradables en la pantalla de Zoom de las clases, duraban apenas un segundo en donde debían aparecer las caras de mis compañeros; alteraban los audios para que dijeran cosas insultantes; las líneas de asunto de los correos electrónicos institucionales también me parecían raras.
En redes comenzaron a aparecerme cosas desagradables como personas mutiladas y cuestiones que no tenían lógica. Alguien comenzó a escuchar mis llamadas telefónicas y se aseguraron de que lo supiera, mencionando en interacciones digitales conmigo cosas estrechamente relacionadas con ellas. De manera paralela, empezaron a llamarme putita, a mandarme dickpics por WhatsApp y a trolearme con solicitudes de cotización falsas a mi empresa. Esta situación me causó un ataque de nervios y acabé en el hospital.
Me contactaron de Merca 2.0 para dar un curso, es un trabajo donde había estado mucho tiempo atrás, por lo que pensé que tal vez de la maestría se pusieron a indagar en los trabajos que había puesto en mi CV y sospeché que tal vez de algún exempleador o excompañero podía provenir el acoso, en concreto de una agencia llamada Cuadrangular en la que sé que han incurrido en prácticas de espionaje a sus empleados.
Puse una denuncia en contra de quien resultara responsable. La policía me dijo que les llevara pruebas, por lo que solicité en su momento ayuda a las autoridades universitarias de La Ibero, pues pensaba que era alguien externo a la institución con quien habían compartido mis datos personales.
Eventos posteriores hicieron que sospechara que el acoso provino internamente por parte de alguien de La Ibero, pues uno de los profesores durante las clases podía ver la pantalla de mi computadora personal y hacía comentarios al respecto. Además, la coordinadora de la maestría que entonces era Aline Moreno Ríos, se puso a la defensiva cuando le pedí ayuda para recolectar pruebas, negó que lo que yo decía fuera cierto, dijo que yo “atacaba a la comunidad universitaria” (como si no fuera yo un miembro de dicha comunidad) y comenzó a difamarme entre el personal diciendo que yo reprobaba materias para que no tomaran en serio mis solicitudes de ayuda.
Después de poner una queja en la Defensoría de Derechos Universitarios de La Ibero, la cosa empeoró, pues simplemente dijeron que lo que manifesté “no procedía”. También mandé una carta a Rectoría, nunca respondieron. El acoso adquirió una “máscara amistosa”. Durante todo el curso de mis estudios, los profesores hacían comentarios relacionados con actividades que realizaba de manera privada en mi computadora, incluyendo cotizaciones que mandaba desde mi correo corporativo. Si interactuaba con una marca, al día siguiente la mencionaban; si aplicaba para una vacante en una empresa, en la siguiente clase hablaban de dicha empresa; si en un foro privado de redes sociales hablaba de un programa televisivo, ponían una diapositiva en clases con ese personaje. Como consecuencia, comencé a sentir paranoia porque sabía que estaban vigilando mis comunicaciones. En vez de sentir alegría o conexión con estas “casualidades”, me sentí ultrajada cada una de las ocasiones que hicieron esto, pues tenían la intención de hacerme notar una vigilancia no deseada sobre mis medios de comunicación privados.
El acoso entre estudiantes estaría “normalizado” y no sería “tan serio”, igual que cuando un niño de primaria le jala el pelo a una compañerita y le dicen a la niña que es “porque le gusta”. Lo que agrava esta situación es que si tengo razón en mis sospechas, no fue un acoso entre estudiantes, sino institucional. De una organización que tiene recursos ilimitados en comparación conmigo, una simple mujer, estudiante de posgrado, con un pequeño negocio, que no pidió de nadie su opinión acerca de sus actividades comerciales y mucho menos acerca de su vida sexual.
Posteriormente, sospecho que por parte de alguna de las agencias de marketing de La Ibero (un profesor me dijo que esto era posible), comenzaron también a acosarme. Tomaron elementos de mi diario personal que guardaba en la nube y empezaron a crear anuncios tanto online como en espectaculares en la calle que tenían relación con cosas que había escrito o dicho, cosas tan personales que no estaban dirigidas a mí como segmento de mercado sino como persona. A mí me gusta pensar lo mejor de la gente, quisiera creer que lo hicieron para que me sintiera en sintonía con la publicidad, pues de eso era esta maestría, pero ya analizándolo mejor es un tipo de violencia. Además de que robaron mi información la usaron para lucrar con ella y no recibí ninguna remuneración a cambio.
En diciembre de 2023 terminé mis estudios. Cambió la coordinación del programa. Hace un mes, ya en 2024, me indicaron que puedo pasar a recoger mi título. Volví a solicitar ayuda a Edgar Faugier, el nuevo coordinador, pues no le encuentro sentido a ir por mi título de maestría sin antes esclarecer esto. Le pregunté si sería posible entrevistar a los profesores que estuvieron involucrados, me dijo que me enviaría “una respuesta institucional”. Aunque ya le escribí para recordárselo, esa respuesta no ha llegado.
Este evento me marcó. Siento una profunda desconfianza ante todo. Tengo paranoia. Aunque lo he trabajado en terapia, no creo que mi vida pueda volver a ser como antes. Siento coraje, tristeza, estoy viviendo un duelo porque ahora no confío en lo que veo en Internet, mi medio de trabajo. No hablo por teléfono por temor a que alguien me esté escuchando. Estoy de alguna manera, aislada. Si escribo por WhatsApp, es algo que diría abiertamente en televisión nacional. No tengo intimidad. Perdí mi intimidad. No puedo simplemente pasar página y hacer como que nada pasó porque no es así. De ahí que mi siguiente paso es estudiar esto que me hicieron y contribuir a que no se lo hagan a nadie más. Es un tipo de violencia de género que debe penalizarse, sin importar que el agresor parezca tan grande como una institución universitaria. De hecho, justamente por eso.
La verdad nos hará libres.