En el preámbulo de la Cuarta Guerra Mundial las principales Universidades del mundo, en conjunto con la ONU y otras pocas instituciones que aún permanecían vigentes, comenzaron a tomar medidas ante las alternativas de supervivencia para la humanidad.
La pandemia provocada en 2019 había sido el comienzo de una serie de batallas libradas entre las distintas potencias mundiales y entre cristianos, budistas, judíos y musulmanes; los hombres y mujeres más poderosos del mundo, unidos con el fin de preservar a quienes consideraban sus iguales.
Las guerras estuvieron basadas en armas biológicas implementadas con el fin de depurar el mundo y hacer sobrevivir únicamente a aquellos a quienes Aldous Huxley habría siglos atrás denominado como Alfa, y particularmente a aquellos quienes tuvieran un sistema establecido en sus cadenas de suministro para la supervivencia de sus correspondientes Betas, Gammas, Deltas y Epsilones, de quienes dependían para la elaboración de sus tareas indispensables para el correcto funcionamiento de la sociedad. Los demás fueron eliminados mediante pestes, virus, enfermedades cardíacas, debilitación inmunológica o desintegración molecular a distancia y fueron sustituidos por robots, sin que esto fuera del conocimiento más que de los miembros ancianos de la clase Alfa, una marcada minoría que llevaba un peso enorme en los hombros y no entendía la magnitud de su responsabilidad.
La juventud del siglo XXIII rondaba sus sesenta años de edad, aunque lucían tan lozanos como los adolescentes o adultos jóvenes de un siglo anterior; la tecnología CRISPR había sido aplicada exitosamente y la esperanza de vida había aumentado notablemente comparada con los siglos anteriores, haciendo de la muerte solamente una alternativa, a la que eventualmente la gente prefería llegar, una vez había descubierto los secretos del Universo o entrado en contacto con esa fuerza superior a la que continuaban nombrando dios.
Fue necesario que a partir de la clase Beta hacia sus subordinados, se integrara al nacer un chip intraocular que los hacía percibir el planeta como alguna vez había sido; pero no solamente eso, sino que les permitía a los Alfa monitorear sus acciones y ejercer medidas correctivas si se salían de las funciones para las que habían sido preservados. Los Alfa podían a distancia, inyectar sustancias en sus cadenas para causar dolor, placer, hacer el sol brillar, hacer temblar la tierra, espantarlos mediante truenos y un clima hostil, de modo que la reconstrucción del mundo pudiera ejercerse sin que los más débiles fueran conscientes de la guerra que se estaba librando.
Había tan poca materia orgánica en el planeta Tierra, tan pocos bosques, junglas, tantas islas de plástico en los mares y tan poca nieve en los polos que muchas de las Ciudades habían sido inundadas y algunos Golfos habían desaparecido. En esta nueva normalidad se habían establecido dos líneas ideológicas opuestas; estaban los heliotistas, Alfa que pugnaban por la reconstrucción paulatina del planeta Tierra y por dejar al cosmos seguir el orden lógico en el que Helios, la estrella que los mantenía con vida, estallara, dejando en el espacio solamente una caja negra con la información genética de nuestras especies relevantes y elementos representativos de culturas previamente avaladas mediante estrictos comités.
Los preservadores, segunda postura de los Alfa, buscaban mudarnos de planeta. La corporación Purity Galactic, había conseguido que famosos y millonarios ingenuos financiaran la búsqueda de un nuevo planeta, mediante el turismo espacial. Ellos pensaban que compraban una experiencia, pero en realidad se estaba buscando un nuevo planeta, parecido a lo que se había conocido como la Tierra en los primeros años nombrados por la historia como después de Cristo; época que era ahora considerada como el Paraíso de una nueva genealogía, aún no escrita con palabras pero interiorizada en el corazón del hombre, que incluso tras años de evolución, seguía anhelando un tiempo pasado en el que todo había sido mejor. Una vez hallada esta tierra soñada, los chips oculares y el control químico de las cadenas sería obsoleto y volveríamos a ser llanos animales pseudo organizados, que asistirían a fiestas por diversión y buscarían el sentido de la existencia a través de la interacción con sus semejantes y la naturaleza.
Como una característica de los Alfa era el trabajo en equipo a pesar de las diferencias ideológicas, heliotistas y preservadores firmaron el tratado “Digital o terrestre”, con el que las mentes más brillantes de quienes aún permanecían humanos y estaban en época formativa, quedarían conectadas indefinidamente, en tanto eran partícipes de la guerra sin ser plenamente conscientes de ello; sabían que de alertarlos, habrían tomado iniciativas que estropearían los planes que estaban por trazarse para la humanidad.
Con un lenguaje en doble sentido, los terrestres instruían a los alumnos a impulsar emprendimientos fueran grandes o pequeños, que pudieran exportarse a otros continentes. El lenguaje que usaban daba a entender el modo de operar de un mundo que ya no existía; el de una lógica corporativa basada en un capitalismo que había fracasado tras la globalización y la democratización del conocimiento. Pero estos humanos eran cegados y guiados con información previamente generada, que daban en llamar marcos teóricos, bases de datos fiables o fuentes oficiales. Los académicos en ocasiones tampoco eran conscientes de la veracidad de estos datos pero creían en ellos ciegamente porque el sistema así lo imponía. Sus emprendimientos eran misiles, armas nucleares que estaban escribiendo la nueva historia. Los humanos seleccionados para operar vía terrestre manejaban autos y viajaban por el mundo mediante una realidad virtual en la que ni siquiera era necesario abandonar sus hogares.
Del mismo modo, los académicos que detectaban mayor afinidad por lo digital, reclutaban a los digitalistas; bots humanos que escribían código, creaban apps (soma que contagiaba emociones para la manipulación de masas: Kara-book, Tok-Tok, Flinstagram, eran generadores de información para la guerra), programaban sistemas previamente aprobados por los altos comités de desarrollo, integrados en una sola base de conocimiento llamada Boogle. Contenido y propaganda eran lo mismo. La ilusión de alternativa de algunos seres independientes, digitales o terrestres, era parte de un químico inducido mediante el sueño que algunos Alfa inyectaban en sus cadenas para realizar experimentos, otrora hechos en animales como ratones (especie extinta).
Después un lustro, la información generada por los terrestres y los digitalistas era tal que se perdió el sentido de unidad. Apuntaba a diferentes direcciones, había sido contaminada por intereses dispares y un nuevo virus atacó el sistema creado por los Alfa ancianos. Heliotistas y preservadores se paralizaron y perdieron el orden cronológico y el sentido de la información; no recordaban ya si los griegos habían conquistado Roma dando base a la civilización Oriental, si alguna persona llamada Carlota Cortés había descubierto Asia en 1265 antes de la Malinche o si la batalla de Waterloo había permitido a las sufragistas menstruar con permiso cósmico. Tampoco sabían si las tortillas eran guatemaltecas, el sushi francés o si América empieza en los Pirineos.
Los aún humanos, enajenados y trabajadores; conectados sempiternamente a realidades digitales o terrestres, generaban y repetían la información de las diferentes fuentes, una y otra vez, en un sistema en bucle sin rumbo definido. El comité de Alfas ancianos, únicos conscientes del caos cósmico y con la esperanza de salvarse, pusieron su cabeza en blanco y comenzaron a meditar, repitiendo mentalmente sus valores. Los Alfa de amor formaron una estrella; los Alfa de conocimiento alcanzaron otra estrella; los Alfa respeto, los Alfa verdad, los Alfa naturaleza, los Alfa coraje; con la esperanza de que aunque poco probable pero sí posible, en algún momento las palabras clave repetidas en el sistema Boogle, coincidieran y definieran así los valores de un nuevo Universo.