Roald Dahl

Roald Dahl y la corrección política inquisidora de nuestros días

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Si algo le reconozco al escritor Roald Dahl es su habilidad para narrar, enganchar desde el primer párrafo, escribir historias «para niños» que bien puede leer un adulto y aún así, sorprenderse.

Dahl es autor de Matilda, Las brujas, Charlie y la fábrica de chocolate, James y el melocotón gigante, El gran gigante bonachón, Agu Trot y Relatos de lo inesperado, entre otras obras.

Recientemente, la editorial Puffin Books anunció que hará modificaciones a los textos de Roald Dahl, fallecido ya en 1990:

Como editorial infantil, nuestro papel es compartir la magia de las historias con los niños con el mayor cuidado y atención. Los fantásticos libros de Roald Dahl son a menudo las primeras historias que los niños leen de forma independiente, y cuidar la imaginación y las mentes en rápido desarrollo de los jóvenes lectores es tanto un privilegio como una responsabilidad.

Con esto en mente, han decidido hacer los libros de Dahl más “inclusivos” para no herir la sensibilidad de cristal de las nuevas generaciones. Entre otros cambios, Matilda ya no leerá a Kipling sino a Jane Austen. Palabras como “gordo”, “loco”, “queer”, “feo” serán cambiadas.

De niña vi la película de Matilda (1996), dirigida por Danny DeVito, y producida por TriStar Pictures. ¿Quién no la recuerda? En la historia una niña de una inteligencia extraordinaria es ignorada y menospreciada por sus padres. Cuando asiste a la escuela encuentra a una profesora con la que se identifica, la maestra Jennifer Honey… sin embargo, la escuela es dirigida por Tronchatoro, tía de la profesora que paralelamente al trato que Matilda recibe de sus papás, maltrata a la maestra.

Hiperbolizando las características desagradables que puede tener un ser humano que trata mal a los niños, Tronchatoro es descrita como una mujer severa, de una fuerza física extraordinaria, capaz de lanzar por los aires a los estudiantes que se portan mal. Matilda descubre que tiene poderes psíquicos y los usa para defenderse a ella, a sus compañeros y a la maestra Honey.

Después me tocó ver en 2005 la segunda adaptación cinematográfica de Charlie y la fábrica de chocolate, dirigida por Tim Burton y protagonizada por Johnny Depp como Willy Wonka, y Freddie Highmore como Charlie Bucket.

En la historia unos niños asisten a una fábrica de chocolate en la búsqueda de ser los herederos de la fábrica del empresario Charlie Bucket. Al hacer un recorrido por las instalaciones, los niños que «se portan mal» padecen las consecuencias de sus actos de una manera terrorífica y cómica a la vez, no sin antes haber sido advertidos de que no debían obrar de esa manera.

Dahl trata a sus jóvenes lectores como lo que son: personas inteligentes que descubren a través de sus historias el mundo tal cual es, un mundo con personas bonitas y feas; gordas y flacas; altas y bajas; buenas y malas.

Mi tercer punto de contacto con Dahl fue con el libro Las brujas, que leía junto con el niño a quien cuidé cuando trabajé como au pair en 2015. Cada noche, antes de dormir, leíamos fragmentos del libro e incluso después de que el niño se quedaba dormido, yo no podía parar de leer.

En Las brujas un niño queda huérfano y al cuidado de su abuela, quien resulta tener una vasta experiencia combatiendo brujas. En este libro las brujas son capaces de realizar metamorfosis a los niños a través de sus pócimas y nuestro protagonista no está exento de estos riesgos, por lo que junto con su abuela y sus amigos se enfrentan a estos desagradables personajes. Algunas de las metamorfosis causadas por las brujas son irreversibles, así como en la vida real nuestras acciones no tienen marcha atrás, no se pueden cambiar. Esto nos enseña a andar con cautela con lo que hacemos y a ser prudentes.

Y es que no se puede darle a leer a un niño una historia donde el mundo sea color de rosa, eso es insultar su inteligencia, al contrastarlo con el mundo que ven o que han de ver algún día. Un mundo donde hay gente buena y mala; donde las personas son diversas y tienen características distintas, tanto físicas como intelectuales.

Dicen que en 1990:

Cuando Nicolas Grage dirigió la película basada en su libro Las brujas y cambió el final para suavizarlo, el autor exigió que borraran su nombre de los créditos y cuentan que se le veía afuera de las salas de cine con un megáfono para alertar a la gente.

¿Qué pensaría Dahl acerca de esta absurda censura hacia las palabras «feo» y «gordo»? ¿Borrar esas palabras elimina también las consecuencias de la obesidad, hará que inmediatamente todos seamos más bellos?

Prohibir una palabra, censurarla, me parece tan retrógrado como regresar a la época de la Inquisición. A pesar de que me gusta Jane Austen y lloré mucho con su libro Orgullo y prejuicio y me identifiqué por momentos con la heroína Elizabeth Bennet, me pregunto qué pensaría de que se insertara una referencia a su libro a expensas de cambiar la que seleccionó otro gran escritor, que ya no tiene voz ni voto sobre una obra que por años ha sorprendido a niños y adultos por igual. ¿Jane Austen estaría de acuerdo? No lo sé, pero seguramente que Dahl lo habría reprobado.

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