Sucedió a mitad de los años noventa de la pasada centuria. De pronto, en pleno auge del movimiento grunge, como de la nada surgió una pléyade de talentosas mujeres jóvenes que no solo sabían cantar y tocar uno o más instrumentos, sino que además poseían grandes dotes como compositoras. Se podían rastrear, ciertamente, algunas de sus influencias (no hay músico en la historia que no las tenga), pero cada una tenía un estilo bien definido que la diferenciaba de las otras.
Ahora que se cumplen dos décadas de la aparición de ese álbum deliciosamente sicalíptico y provocadoramente sugerente que es Tidal, de Fiona Apple (Epiceno, 1996), no está por demás recordar a aquel grupo de casi teenagers (Fiona lo era, a sus diecinueve años) que en la antigua tradición de gente como Joan Baez, Melanie, Judy Collins, Buffy Sanit Marie, Laura Nyro, Janis Ian o Joni Mitchell, se empeñaron en buscar una voz propia como compositoras e intérpretes y lo lograron de muy buena forma.
Hablo de cantautoras como Tori Amos, Ani Difranco, Alanis Morrisette, Heather Nova, Tracy Chapman, Liz Phair, Aimee Mann, Jewel, Lisa Loeb, Cat Power, Paula Cole, Michelle Shocked, Natalie Merchant, Beth Orton, Meredith Brooks, Sheryl Crow y, por supuesto, la ya mencionada Fiona Apple.
En ese 1996, hace veinte años, además de Tidal, aparecieron álbumes tan buenos como Dilate de Ani Difranco, Boys for Pele de Tori Amos, This fire de Paula Cole, Myra Lee de Cat Power, Trailer Park de Beth Ortin, más el homónimo Sheryl Crow… y tan solo un día antes habían salido el célebre Jagged Little Pill de Alanis Morrisette, el I’m with Stupid de Aimee Mann, el Pieces of You de Jewel, el Tails de Lisa Loeb y el New Beginning de Tracy Chapman, entre otros trabajos memorables de ese tiempo no tan lejano.
¿Fue aquel auge de mujeres cantautoras una moda o se dio de manera espontánea? Todo indica que fue esto último lo que sucedió y los resultados fueron artísticamente muy afortunados.
Pero, ¿qué podemos decir del actual boom de cantautoras mexicanas e hispanoamericanas? ¿Hasta qué punto podemos compararlo con aquel auge noventero tan rico y fructífero? ¿Sería justo equipararlos si quiera? No estoy tan seguro.
Lo que en un principio fue el surgimiento, hace algunos ayeres, de jóvenes cantantes como Julieta Venegas y Ely Guerra (sus respectivos y estupendos discos debut, Aquí y Lotofire, datan de 1998 y 2002), tuvo herederas variopintas que han acabado por conformar, más que un movimiento, una cofradía de calidades desiguales y a la baja que incluye no solo a México sino a países como Argentina, Chile y Colombia.
He llamado a esto rockcito ñoño, debido a que la mayor parte de sus exponentes (casi todas dentro del rango generacional que se conoce como millennials) suele realizar interpretaciones lastimeras y depresivas (¿o deprimentes?) con voces débiles, chillonas e infantiloides y cuyas más notorias representantes nacionales son cantautoras como Natalia Lafourcade, Ximena Sariñana y Carla Morrison.
A ellas se pueden sumar los nombres de otras jóvenes músicas mexicanas e iberoamericanas como Mon Laferte, Elis Paprika, Javiera Mena, Francisca Valenzuela, Denise Gutiérrez, Mariana Vega, Deborah del Corral y otras que seguramente se me escapan. A casi todas las hermana un mismo sonsonete puberto al cantar (aunque algunas de ellas ya están alejadas de la pubertad) y un tonito bobalicón, como de niñas bembas o adolescentes sempiternas. Cantan y componen de un modo tan uniforme y tan parecido que, al contrario de sus congéneres de habla inglesa de los pasados años noventa, parecen querer sonar lo más semejante posible entre ellas mismas.
Lo que hace veinte años era un interesante movimiento dentro del rock internacional, en nuestros lares se traduce hoy en algo que semeja más una moda. Y si una cosa caracteriza finalmente a las modas es su carácter efímero, pasajero y, las más de las veces, intrascendente.
(Publicado originalmente en mi columna «Bajo Presupuesto» de la revista Marvin, en agosto de 2016. Próximamente se publicará junto con otros de mis artículos, en el libro El rockcito y yo, bajo el sello de Letras Laetas).