Es tan pedante alguien que critica a quien escribe mal como quien escribe mal sin que le importe. Por ello, más que una apología al acto de escribir correctamente, comparto una reflexión acerca de cómo la ortografía es algo cambiante; se mueve al mismo tiempo que las lenguas cambian; mismas lenguas que se extinguen o se modifican a tal grado que de ellas nacen otras lenguas hijas.
La lengua cambia a la par que las sociedades. Ejemplos que pueden gustarnos o no son el uso del lenguaje inclusivo. Los más conservadores se dan golpes en el pecho al oír a los jóvenes decir «compañeres»; se les embizcan los ojos cuando leen «todxs»; o les rechina el oído cuando alguien dice la palabra «presidenta». No sabemos si estos usos «anormales» e «incorrectos» del idioma, pasarán en el futuro a ser la nueva norma.
Gracias a las personas que escribían con faltas ortográficas antes y durante la Edad Media, podemos estudiar cómo evolucionó el latín a las lenguas romances. Luego estas lenguas romances comenzaron a regular su uso y a establecer reglas ortográficas propias, muy lejanas ya a las de su lengua madre.
Por ello, también actúa con inconsciencia quien critica la manera de escribir de alguien que no tuvo oportunidad de estudiar. Se suele menospreciar y tachar de burro a quien escribe mal por ignorancia. Sin embargo, desde el punto de vista de la competencia lingüística, si estas personas se logran comunicar, eso es lo que importa.
La cosa cambia para quienes gozan de recursos intelectuales y académicos para escribir correctamente y, de manera deliberada, lo hacen mal. Ellos son los verdaderos estúpidos cuando de ortografía se trata.