De niña, crecí escuchando la música que le gustaba a mi mamá. Me sé todas las canciones de Queen, que era (sin decirlo con esas palabras) vista como música de buen gusto versus otras bandas que no se oían en casa, como The Beatles.
Tal vez porque fueron muy populares, en el sentido de que el pópulo se apropió de sus letras y sus canciones resonaban «hasta en los camiones». Hace poco fui a una fiesta donde se pronunció esa frase: «Es música de camioneros».
Y qué más da. Si algo te gusta, te lo pones.
Y a los Beatles me los puse cuando vi la película de Across the Universe. Cuenta una historia de amor ubicada en la época de la Guerra de Vietnam. Narra visualmente las preocupaciones de la juventud de aquella época. La época del Flower Power, del uso recreativo de las drogas (en concreto, el LSD), del hipismo, de la preocupación por los hombres que fueron a la guerra. Se ve a un tío Sam gigantesco gritando a los pequeños humanos: «I Want You»… se ve un campo de la sangre derramada como si fueran «Strawberry Fields Forever».
La remasterización que hicieron de las canciones originales me gustó muchísimo. Pero aun así no me hice fan de la banda. Hasta que entré a la carrera de Letras Hispánicas y un compañero se escandalizó porque le dije que no me gustaban. Entonces se tomó como un desafío personal el persuadirme de que les diera una oportunidad.
Me quemó dos discos (sí, CD’s… ese formato en extinción) con las canciones de Help! y Abbey Road. Y me dije, ¿por qué no?
La película de Across the Universe me adentró un poco en la mentalidad de aquella juventud de la década de los sesenta del siglo XX. Otros acercamientos que tuve con esa época fueron las lecturas de lo que se conoce como modernism norteamericano, con autores como Jack Kerouac haciendo viajes en carretera, robando tiendas de conveniencia y experimentando con las drogas.
Recientemente mi amigo Hugo García Michel publicó un libro que cuenta la historia de los Beatles. Él (siempre le digo) es un adolescente perpetuo. Y me da mucha curiosidad cómo en su época el rock era de rebeldes, pues ahora escucharlo es de lo más normal. Me pregunto si algún día las personas que hoy oyen reguetón escribirán libros en su defensa.
Pero volviendo a los sesenta, los jóvenes de esa época inventaron, de algún modo, el concepto de adolescencia. No es que no existieran púberes antes, sino que la transición hacia la adultez ocurría de golpe. Un día eras un niño y al día siguiente ya vestías un traje con corbata al igual que tu padre. Para diferenciarse, los niños «cool» de entonces crearon un estilo de vestimenta conocido como teddy boys. En sus inicios, los Beatles tenían este estilo.
Lo que quedó de esta subcultura fue el rockabilly: una combinación de chaquetas de cuero, pantalones vaqueros, peinados con vaselina, automóviles descapotables y grandes dosis de baile.
Los Beatles comenzaron a presentarse en bares en Alemania y luego volvieron a su natal Liverpool, donde el dueño de una tienda de viniles, Brian Samuel Epstein, los conoció y de inmediato reconoció su potencial. Se volvió su manager y comenzó a promocionarlos. Sin embargo, para que los tomaran «en serio», les cambió el look y por ello comenzaron a usar traje y corbata. También en esa época, por la influencia de una chica llamada Astrid Kirchherr (quien enamoraría a Paul Mc Cartney), adoptaron ese corte de pelo llamado mop top.
Y pensar que todo comenzó con un grupo de chicos de clase obrera provenientes de Liverpool, que al comienzo conocían únicamente los acordes más básicos de guitarra y aun así, con su frescura, lograron atrapar a los jóvenes de esa época y con ello, comenzar una revolución cultural. Dice Hugo García Michel en su libro que:
La profunda transformación que se operó a mediados de los años sesenta de la pasada centuria en campos como la música, la literatura, las artes plásticas, el cine, el teatro, los medios de comunicación, la filosofía, la política, la sexualidad, la religión, la psicología, la sociología, la antropología, la tecnología, la moda y las costumbres se encuentra estrechamente ligada con lo que aportaron los Beatles y junto con ellos muchos músicos, escritores y pensadores que los siguieron y los prosiguieron. […] A pesar de que en la mayor parte del planeta persisten males y problemas como la injusticia, la desigualdad social, la pobreza, la opresión, la violencia, el populismo, el fanatismo, el machismo, el racismo, el clasismo y la manipulación de masas, en este primer cuarto del siglo XXI buena parte de los seres humanos somos más tolerantes y permeables, somos mucho más críticos y mucho menos manipulables y eso se lo debemos en gran parte a la revolución cultural y de mentalidad (una revolución quizás inconclusa, una revolución tal vez interrumpida, pero una verdadera revolución al fin y al cabo) que nació cuando cuatro sencillos jóvenes de la clase obrera inglesa decidieron unir sus incipientes talentos para hacer algo tan en apariencia sencillo e intrascendente como formar un grupo de rock’n’roll y desatar con ello un efecto mariposa cuyas consecuencias –buenas y malas– hoy seguimos viviendo.
¿Y quién no valora una sociedad más abierta, más justa, más crítica? Tal vez por eso los Beatles siguen vivos. Su música sigue tocando corazones, porque es mucho mejor imaginarse en un mundo que sólo necesita amor, que no precisa de las armas. Por eso hoy, a más de sesenta años de su fundación, me declaro fan de los Beatles y todo lo que representan.