La idea de reseñar este libro fue controversial desde que la publiqué en IG. A los cinco minutos recibí un comentario ofensivo (que no pienso replicar) en contra de la autora, por parte de un chico caucásico. Desde mi punto de vista, la actitud de esta persona solamente confirma la tesis de este libro: la fragilidad blanca existe, hablar sobre racismo es incómodo para las personas blancas.
El racismo no es una cuestión relacionada con el color de la piel, sino que es un constructo social.
-Robin di Angelo
Pero vamos por partes. El término ‘fragilidad blanca’ (white fragility) fue acuñado en 2011 por Robin DiAngelo, una académica especializada en estudios del discurso y en las relaciones raciales, que radica en Estados Unidos. Con él se describe la actitud defensiva que experimentan algunas personas blancas cuando se les pregunta sobre su raza o se sugiere que debido a esta gozan de privilegios. Aunque en este libro, publicado en 2018, la autora aborda el racismo en los Estados Unidos, como mexicana he podido hacer algunos paralelismos con las situaciones de discriminación que viven las personas indígenas y en general, las de color de piel más oscuro en México.
En el libro, DiAngelo desmitifica algunas ideas populares sobre el racismo, una de ellas es que el racismo y los prejuicios raciales son cuestiones diferentes. Pongamos un ejemplo, una persona muy cercana a mí suele hacer comentarios como «esa/e cantante tiene voz de negra/o», dando a entender que canta muy bien. La lógica detrás de este comentario es que las personas de color negro tienen voces hermosas. Es un prejuicio racial, sí; los prejuicios raciales pueden ser positivos o negativos. Una persona blanca puede tener prejuicios sobre las personas negras y una persona negra puede tener prejuicios sobre las personas blancas. Lo que hace la diferencia entre un prejuicio racial y el racismo, es que el racismo es una cuestión estructural en la que una de las etnias o culturas tiene poder sobre la otra. Por ejemplo, algunas personas blancas que en los Estados Unidos no quieren vivir en los distritos donde viven personas afroamericanas, han tenido el poder de no vender viviendas a personas debido a su color de piel, pero esta misma situación no se presenta en forma inversa. Por tanto, es un acto de racismo.
Otra de las ideas con las que me quedo es que el racismo no es una cuestión relacionada con el color de la piel, sino que es un constructo social. Somos educados para percibir y tratar de cierta manera a las personas, dependiendo de sus características. Y en el caso del racismo, no tiene que ver con genética o con que inherentemente una raza sea mejor que otra. El color de la piel es una diferencia superficial que tiene que ver con cómo nuestros antepasados se adaptaron a determinadas cuestiones geográficas; quienes vivían en climas más calurosos, tienen pieles más oscuras.
En sus argumentos, DiAngelo rememora que históricamente las personas irlandesas e italianas que migraron a los Estados Unidos no eran consideradas blancas, a pesar de que su piel sí lo era. Para justificar esta contradicción ideológica de que los blancos eran buenos y justos a pesar de tener esclavos negros, en el siglo XVIII se crearon pseudociencias en torno a que ciertas razas eran mejores que otras y por tanto, tenían derecho a explotar el trabajo de otras.
Ahora los tiempos han cambiado. Estas ideas de superioridad racial son en teoría caducas, pero aún permean las estructuras sociales: el color de la piel influye a la hora en que los reclutadores laborales contratan a una persona, los editores deciden qué libros se publican, las universidades eligen a sus estudiantes, entre muchos otros ejemplos.
Como ahora ser racista es socialmente mal visto, a diferencia de otras épocas en las que estaba «científicamente justificado», el racismo se ejerce mediante eufemismos. La autora ejemplifica la frase «me mudé porque quería vivir en un vecindario seguro«, en el contexto de su país, como un eufemismo para indicar que no se quería vivir en un vecindario con personas afroamericanas.
En el caso de México, las personas más jóvenes (creo) somos más sensibles a las cuestiones raciales (aunque DiAngelo difiere de esta idea); pero muchos de los chistes que se platicaban nuestros abuelos ya no resultan graciosos. Sin embargo, no falta la abuelita que sale con el comentario «está muy bonito el bebé de X, pero salió morenito» o la tía que te aconseja casarte con un güero para «mejorar la raza». ¿Les suena?
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