Hace unos meses vi Mi otra yo, una serie turca de Netflix que entrelaza drama, amistad y espiritualidad. Narra la historia de tres amigas —Ada, Sevgi y Leyla— que, tras atravesar distintas crisis personales, descubren las constelaciones familiares como una vía para sanar heridas del pasado. Lo que comienza como un viaje terapéutico pronto se convierte en una experiencia mística donde cada enfermedad, conflicto o pérdida tiene un origen ancestral y una “solución” emocional.
La serie es visualmente bella y plantea temas universales: el duelo, los secretos familiares, el perdón y la necesidad de reconciliarnos con nuestra historia. Pero también cae en el exceso: todo tiene una explicación «mágica». Desde el cáncer hasta los accidentes, todo parece resolverse al liberar una energía bloqueada. Este mensaje, aunque emocionalmente reconfortante, puede resultar peligroso si se interpreta literalmente. Personas desesperadas pueden creer que basta con “sanar el alma” para curar el cuerpo, abandonando tratamientos médicos reales.
Según su planteamiento, muchos conflictos personales derivan de desequilibrios o exclusiones dentro de la familia.
El origen de las constelaciones familiares

Las constelaciones familiares fueron desarrolladas por Bert Hellinger, un teólogo y exsacerdote alemán que trabajó como misionero en Sudáfrica. Inspirado en rituales tribales y teorías psicológicas occidentales, creó una metodología para identificar los “órdenes ocultos” de los sistemas familiares. Según su planteamiento, muchos conflictos personales derivan de desequilibrios o exclusiones dentro de la familia. Con el tiempo, esta técnica se popularizó en entornos terapéuticos alternativos, aunque sin respaldo científico. Si bien algunos profesionales la usan como herramienta simbólica, en manos inexpertas puede derivar en dogmas o interpretaciones peligrosas.
Mi experiencia con un constelador
Cuando estaba en mis veintes tempranos acudí con un terapeuta —al que llamaré M.A.— que practicaba constelaciones familiares. Me lo recomendaron: era muy respetado en el círculo social donde me movía entonces, y me dejé llevar por la autoridad social y mis deseos de crecimiento personal. La idea de sanar el presente revisando el pasado familiar aún me parece sensata, siempre que se mantengan ciertos límites; pero con el tiempo noté algo inquietante en esta práctica: muchos consteladores (al menos en mi experiencia) trabajan con fórmulas rígidas, como si existiera un molde universal para definir lo que una familia “debería ser”.
Aunque yo tomaba sesiones individuales con M.A., asistí un par de ocasiones a constelaciones familiares grupales. Tal cual como en la serie Mi otra yo, las personas se sientan en círculo, el constelador selecciona quién trabajará sus problemas en esa sesión, y este debe elegir entre los asistentes quién representará a los miembros de su familia (o del sistema donde quiera trabajar algo, por ejemplo, puede ser también del entorno laboral, no solamente familiar). Aunque no estés activamente resolviendo tus problemas en esa sesión, te puede tocar “actuar” dentro del círculo como si fueras la madre, el hermano o cualquier otro familiar de la persona que está trabajando sus conflictos. Y sí, se siente una energía. A mí, por ejemplo, me tocó experimentar peso en los hombros o ganas de llorar cuando la persona, guiada por el constelador, hablaba de su historia familiar. Lo que sientes y expresas es un reflejo de lo que carga la persona real. Esa parte me parece muy útil y valiosa para el autoconocimiento.
Lo que no me cuadraba del todo eran algunas interpretaciones forzadas, diseñadas para que las situaciones encajaran en los esquemas «prediseñados» del constelador. Una de ellas es el reconocimiento de la estructura padre–madre–hijos en sentido jerárquico.
En mi familia, las mujeres han sido las cabezas del hogar por generaciones, pero en su modelo eso “rompía el orden natural”. No había espacio para comprender la realidad social ni el contexto histórico en el que crecimos: en América Latina, una enorme cantidad de hogares son monoparentales y están sostenidos por mujeres. En mi caso, ese linaje se remonta a mi bisabuela, una auténtica caballera andante, que tras la Revolución mexicana eligió vivir de forma independiente y sacar adelante a su hija, mi abuela. Desde entonces, la autonomía femenina no ha sido una ruptura del orden, sino una forma de vivir.
Y es justo ahí donde lo terapéutico se vuelve político. Porque al final, cuando aceptamos sin cuestionar que la cabeza de familia “debe ser el hombre”, estamos justificando mucho más que una posición simbólica: estamos validando que ellos ganen más dinero, que su palabra tenga más peso y que su liderazgo se considere natural mientras el nuestro se interpreta como excepción. Bajo ese supuesto, la desigualdad económica y afectiva se disfraza de “orden natural”.
Pero volviendo a la historia, con el tiempo, varias personas de ese entorno empezaron a tomar cursos de constelaciones y a dar sus propios cursos y sesiones terapéuticas aunque su formación universitaria (de tenerla) no estuviera relacionada con la salud mental. Entre otros, Rodrigo García Platas, quien hoy repite en redes frases tan absurdas como que cuando una mujer es «líder, ejecutiva, fuerte» deja de gustarle a los hombres; o que si una mujer «es efectiva» implica que «se está masculinizando». Y aún hay más: que si un hombre decide estar con una mujer con ese perfil es porque tiene «traumas de la infancia no resueltos». Este tipo de discursos evidencian cómo una mala interpretación de la terapia sistémica puede ser erróneamente utilizada por coaches de vida que mezclan echeleganismo con filosofía barata (aka redpill).
Hellinger, el cáncer y la biodescodificación
En la serie Mi otra yo, una de las amigas, Sevgi, es diagnosticada con cáncer de hígado y decide acompañada por sus amigas viajar a Ayvalık para someterse a sesiones que evocan las dinámicas de las constelaciones familiares. Lo que la serie sugiere es que el conflicto no resuelto en el sistema familiar sería la causa de su enfermedad, y que su mejora pasa por descubrir ese secreto. Aun así —y clave para lo que estamos analizando— la serie también muestra que mejora… pero luego recae, lo que abre el espacio para cuestionar: si la “sanación” dependiera de liberar un trauma, ¿por qué la recaída? ¿Fue únicamente un efecto simbólico, temporal o acaso un placebo?
Hellinger llegó a decir que el cáncer podía originarse por una “falta de reconciliación familiar”. Esta idea inspiró movimientos como la biodescodificación, que sostienen que cada enfermedad tiene un conflicto emocional específico como causa raíz. Aunque suena esperanzador, no tiene evidencia científica —al menos, no aún que yo sepa. (Y si alguien encuentra un paper que lo respalde, con gusto actualizaré esta nota). El riesgo es claro: culpar al paciente por su enfermedad o, peor aún, disuadirlo de buscar tratamiento médico.
El principio de refutabilidad

El filósofo Karl Popper sostenía que, para que una teoría sea científica, debe poder refutarse. Si no hay forma de demostrar que algo es falso, entonces no pertenece al ámbito de la ciencia. A este principio también se le conoce como falseabilidad. Las constelaciones familiares —y corrientes derivadas como la biodescodificación— no cumplen con este criterio: sus afirmaciones no pueden probarse ni cuestionarse, solamente creerse.
❌ Ejemplo que no cumple con el principio de refutabilidad: “El cáncer aparece porque hay un conflicto no resuelto con un miembro de la familia.” -> Esta afirmación no puede refutarse, porque no hay forma objetiva de demostrar que sea falsa: No existe una medición concreta del “conflicto emocional” ni una relación directa verificable entre ese conflicto y la aparición del cáncer. Si alguien enferma, el constelador dirá que “no resolvió bien su conflicto”; si no enferma, dirá que “ya lo liberó”. En ambos casos, la idea se adapta al resultado —y eso es justamente lo que Popper consideraba pseudociencia.
✅ Ejemplo que sí cumple con el principio de refutabilidad: “El cáncer de pulmón tiene una alta correlación con el consumo de tabaco.” -> Esta afirmación sí puede probarse o refutarse mediante evidencia empírica: Puede medirse el número de fumadores y no fumadores que desarrollan cáncer. Si los datos no mostraran relación, la hipótesis sería falsa. Como los estudios sí la confirman, se considera una afirmación científica, abierta siempre a revisión con nuevos datos.
Conclusión
Mi otra yo es, en muchos sentidos, un reflejo del malentendimiento de los alcances de las constelaciones familiares. La serie toma un recurso que podría ser útil dentro de ciertos límites terapéuticos y lo convierte en una narrativa donde todo se explica con magia, donde los conflictos se disuelven con un abrazo simbólico y la enfermedad se cura con el perdón.
Si bien, las constelaciones familiares pueden servirnos como un mecanismo de autoconocimiento, considero que solamente deberían ser aplicadas por terapeutas formados profesionalmente en áreas de la salud mental. Cuando se vuelven un espectáculo o una fórmula mágica, se trasforman en un ejercicio de autoengaño colectivo.
El problema no siempre es la manipulación deliberada; muchas veces, quienes dirigen estas prácticas son personas bienintencionadas que confunden convicción con conocimiento. Repiten teorías mal entendidas con la seguridad de quien cree haber descubierto la verdad, y quienes los escuchan aceptan el discurso porque suena convincente: la voz impostada del coach, grave y ensayada —a la Elizabeth Holmes—, basta para otorgarle una autoridad que en realidad no tiene.
Las ciencias sociales no son exactas, pero cuentan con método, ética y autocrítica. No podemos decir lo mismo de quienes, después de un curso o un libro de autoayuda, se sienten con la capacidad de diagnosticar almas ajenas. En conclusión, la serie y su contenido deben ser tomados con pinzas y con una visión crítica. Desconfíen de los comunicadores y coaches que venden espiritualidad exprés, hacen más daño que bien.


