Fascinó a muchos por su aspecto feroz y su dulzura femenina, una amalgama inquietante.
Roger Bartra, Historias de salvajes.
Nos cuenta Roger Bartra en su libro Historias de salvajes, que una práctica común en los circos del siglo XIX era la exhibición de “salvajes”. Indios de América en taparrabos y con tocados de plumas eran la fascinación del público europeo, desde las clases más populares hasta de los altos aristócratas.
El circo… ese lugar mágico que nos hace cambiar de chip al ingresar a sus carpas. Nuestro pensamiento lógico se detiene para dejarse sorprender por las maravillas más exquisitas o, en el caso del siglo XIX, las morbosidades más atroces. Ahora es algo regulado, se han prohibido los animales y sería impensable exhibir a un ser humano de la manera tan terrible como se hizo como con Julia Pastrana.
Si ver a los indios, personas cuya única diferencia con los espectadores era el color de piel, proceder de otra cultura y hablar otro idioma, causaba tanta fascinación, cuál habrá sido su reacción al conocer a Julia Pastrana. Era una mujer mexicana, de Sinaloa, con una peculiar condición por la cual tenía el rostro y gran parte del cuerpo cubiertos de vello. Su pronunciado progmatismo, además, le daba un aspecto simiesco que despertaba, por un lado, el morbo del público; y por otro, aún más peligroso para ella, la codicia de aquellos que fueron sus managers.
Se sabe que Julia trabajó como sirvienta para Pedro Sánchez, gobernador de Sinaloa, hasta que en abril de 1854 decidió irse por los malos tratos a los que era sometida, y camino a su etnia de origen, fue convencida por un tal Rates para exhibirla como un fenómeno de circo. Ese fue el comienzo de un largo viaje por Estados Unidos y, posteriormente, por el viejo continente, como un extraño ejemplar de mujer salvaje. A lo largo del tiempo comerciaron con ella diferentes personas que decían ser sus representantes, aunque poco sabemos acerca de si Julia era una mujer libre. Todo parece indicar que no.
En 1857, su manager era Theodor Lent y tuvo problemas para que lo dejaran exhibirla en Alemania como un fenómeno de circo, así que la presentó como actriz de teatro. La obra que montaron, Der curierte Meyer, trataba de un hombre que se enamoraba de una dama que siempre llevaba la cara cubierta; cuando el actor salía de escena Julia se descubría el rostro para que lo apreciara el público y se rieran. La función finalizaba cuando su enamorado la veía descubierta, y perdía todo el interés. La obra fue clausurada después de solo dos representaciones por ser considerada obscena.
Julia era una mujer inteligente, en estos viajes se volvió políglota; sabía bailar, cantar y actuar pues era parte del show. Era una mina de oro para Theodor Lent, quien contrajo matrimonio con ella para poder seguir explotándola. Fruto de ese matrimonio que no sabemos si fue consentido por la propia Julia, nació a principios de 1860 un bebé con características como las de su madre. Ambos fallecieron, Julia por complicaciones en el parto.
Las personas normalmente tienen una historia de vida, pero Julia además, tiene una larga historia después de su muerte. Desde ese momento no solo exhibieron su cadáver sino también el de su bebé. El despiadado Lent los vendió al profesor Sukov, de la Universidad de Moscú, quien momificó sus cuerpos y los expuso en el Instituto Anatómico de su universidad.
Ya que aun muerta, la momia de Julia seguía causando fascinación, Lent se las arregló para recuperar los cuerpos de su extinta familia. Rentó las momias a un museo itinerante de curiosidades. Posteriormente, contrajo matrimonio con otra mujer peluda a quien llamó Zenona, y la presentó como “La hermana de Julia Pastrana”. Montaron juntos un museo de cera. Tras la muerte de Lent, Zenona y los cuerpos momificados volvieron a exhibirse en una exposición antropológica. Zenona se retiró y los cuerpos pasaron a ser propiedad de otras personas, no sabemos cuántas… hasta que reaparecieron en Noruega en 1921, como la propiedad de Mr. Lund, que los incorporó a su “cámara de los horrores”.
Durante la ocupación alemana de 1943, ordenaron acabar con esta colección, pero Mr. Lund convenció a los nazis de no destruir el cuerpo de la “mujer mono”. Así es como los Pastrana pasaron a formar parte de las arcas del Tercer Reich.
Los restos de Julia y su hijo aún no descansarían en paz. Continuaron siendo exhibidos, ultrajados, vendidos, robados por coleccionistas y vandalizados por más de un siglo. Finalmente, en 2003 el cuerpo de Julia se encontraba en la Universidad de Oslo cuando la artista Laura Ánderson Barbata, compatriota de este fascinante personaje, se enteró de su historia. Llevó un proceso de una década para la devolución del cuerpo momificado de Julia Pastrana a su natal Sinaloa, donde fue enterrada bajo una cama de cemento para asegurarse de que nadie continuara lucrando con sus restos.